jueves, 20 de agosto de 2009

La educación del príncipe

Hoy día la posmodernidad obliga al príncipe a discursear sobre identidades, imaginarios, cosmovisiones, sobre lo pluri-multi.

La educación del príncipe, es decir, del gobernante, nunca fue tarea fácil. Los discípulos llamados a regir países, estados, reinos, no eran de naturaleza sumisa, fuera de que los maestros jamás supieron con certeza a quién aprovechó su enseñanza, si alguien la aprovechó.

Imagínese lector a Aristóteles en los albores de la vejez intentando dar consejos al joven Alejandro para dominar las pasiones y hacer felices a sus súbditos, aunque no le molestaba que éste se comportase como déspota con otros pueblos. Alejandro, quien era impetuoso, acostumbrado a imponer su voluntad y que amaba sus caballos más que a sus cortesanos, prestó con seguridad un oído distraído a su mentor.

No fue el único filósofo dedicado a prodigar su sabiduría a los dueños del poder. Si bien algunos, como los desconsiderados sofistas, en la visión de Sócrates, buscaron también instruir al ciudadano en el arte de la discusión y argumentación que podía frenar a los poderosos, así los argumentos pecasen de falaces.

Muchos siglos después, en el Renacimiento, Maquiavelo, un eficiente funcionario florentino en busca de un nuevo príncipe a quien apoyar, escribió su obra homónima, dedicada a los Médicis. Fue base de una ciencia del Estado de corte distinto a los ejercicios precedentes, que sirvió desde entonces a muchos que se encumbraron en el poder.

Su texto contribuyó, injustamente, a difundir el adjetivo maquiavélico, en el sentido que los bolivianos, con más prejuicios que análisis, usamos el término altoperuano, sinónimo de alambicado, poco confiable, maniobrero. Cualidades negativas del hombre político que oscurecieron, en ambos casos, las ideas del autor que pretendían formar conductores capaces de controlar sus sentimientos, decididos, audaces, cuyos propósitos y actos llevasen a sus oponentes a diversas lecturas de sus intenciones, que no reculasen ante los obstáculos, pero que tampoco los minimizasen.

En suma, hábiles personajes de Estado. La obra fue un breviario destinado a educar príncipes aptos para conducir las riendas de un nuevo Estado y de los medios de violencia que le son propios.

Baltasar Gracián, un español, escribió cien años más tarde El héroe y El discreto, un conjunto de aforismos, de enseñanzas desenvueltas, de buen sentido, sin faltar de agudeza, a fin de orientar a los hidalgos, incluyendo a los que presumían de tener “los quilates de Rey”, obligados a actuar en un mundo de intrigas, de personajes agresivos, repletos de soberbia, escasos de dinero, ávidos de goces y aventuras, prontos a desenvainar la espada frente a la menor injuria. Allí la prudencia era de conveniencia.

En estas tierras, el siglo XX llegó con cambios, entre los cuales la subversión de rangos, otro nombre para designar el ascenso del cholaje, no fue uno de los menores a decir de los publicistas de entonces. Personajes de cuño nuevo buscaban hacerse con el poder en un régimen democrático que, aunque censatario, daba cabida al pueblo encarnado en el artesanado y los gremios de las ciudades y pueblos.

Don Cesar Peñabrava, figura novelesca de A. Arguedas que no desmerecía a las reales, de cuna humilde pero favorecido por la suerte y los buenos negocios, había escalado en la sociedad. Ahora aspira a una diputación por el Cercado de La Paz. Los atuendos para el propósito no fueron difíciles de conseguir.

Se desprendió del pañuelo que por años “anudó su cogote”, compró camisas, flamantes trajes, un jaquet y zapatos de charol. Otra cosa era atraer a los partidarios, adquirir conocimientos y habilidades para discursear y convencer. Consultó a un sobrino que gozaba de la fama de intelectual que le propuso el aprendizaje de algunas nociones elementales de geografía, luego pasar al estudio de las costumbres, enseguida la ética y algunas ideas sobre los países vecinos, su tierra y su raza. Por supuesto leer a E. Castelar para aprender a hablar en público.

Tamaño programa positivista espantó al candidato que fue en busca de algo menos exigente, que le proporcionó un oportunista cínico y práctico, reduciéndolo a lecturas de la Constitución hasta conocerla de memoria para citarla. Su aplicación era harina de otro costal.

Lo de mayor importancia, sin embargo, era hacer amigos entre los artesanos principales, invitar “alcohol a troche y moche” invirtiendo en aptapis. El plan tuvo éxito. ¿Y después?

Dos décadas más tarde aparecieron en la escena las grandes ideologías de la centuria. Los mentores les hicieron eco iniciando a los aprendices de políticos en nuevos conceptos que acarrearon una mirada distinta de la sociedad tomada, en un caso, del marxismo, donde se destacaba sobre todo la lucha de clases. El proletariado sustituyó a los artesanos y los cholos. Los adversarios fueron los burgueses. Tales definiciones encauzaron las acciones.

El otro caso, el nacionalismo, surgió por los mismos años e impuso a los aspirantes a gobernar otras ideas, otros términos, otra percepción de la realidad. Ésta se dividió entre los partidarios de la nación y sus oponentes: la Rosca.

Para los primeros, los socialistas, Marx y Lenín condensaron la teoría y la praxis del poder. Los segundos se contentaron en su noviciado político con la lectura de ensayistas de adentro y de afuera, aunque no exclusivamente de soslayo no dejaron de atisbar al marxismo. Los cuidados de sus guías no eran los de antes.

Concluida la Revolución Nacional, el mercado hizo su entrada en el país con sus valores de eficiencia, rentabilidad, libertad y justicia, los educadores de los gobernantes se llamaron especialistas. Éstos supieron esquivar las responsabilidades y riesgos que acecharon a los predecesores.

Hoy día la posmodernidad obliga al príncipe a discursear sobre identidades, imaginarios, cosmovisiones, sobre lo pluri-múltiple y a proponer paradójicamente como política la descolonización. Los mentores vienen de las ciencias sociales, la filosofía y la teología. Las ambigüedades de El Príncipe de Maquiavelo permanecen sin despejarse, algunos las creen concebidas para uso de los tiranos, otros para salvar al pueblo de ellos. Ahora aquellas más acentuadas que ayer, además producen ruidos en torno al príncipe por la multiplicación de los consejeros.

*Salvador Romero P. es sociólogo.